Leyendo el artículo "Semillas de esperanza" de Beatriz Calvo Villoria, publicado en la revista Agenda Viva (¡qué descubrimiento!) que me envió por correo nuestro amigo Javier de Madrid y perteneciente a la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, nos presenta un futuro nada halagüeño para los que nos gusta y queremos cultivar productos de la tierra.
No hace tantos años que iba a La Caleta de Salobreña, a que Antonio, para comprarle las plantas de pimientos, tomates y berenjenas, que él criaba en unas eras que echaba detrás de su casa. Al igual que yo, eran muchos los labradores que acudían en busca de sus plantas.
En Alumuñécar también conocía a "abuelillos" que todos los años echaban sus semilleros de tomates y pimientos. Tengo especial recuerdo de Antonio Alonso, el del horno de Torrecuevas; Paco, el marido de Encarna Jerónimo; Paco, el Marido de Carmela y mi gran amigo Antonio Jerónimo, el marido de Gertrudis. Todos ellos guardaban celosamente, como si de un tesoro se tratase, las semillas seleccionadas de sus plantas para sembrar al año siguiente.
Todas las variedades eran locales y estaban adaptadas perfectamente al terreno y a la época. Por ejemplo, para el inverno, en las laderas soleadas de la costa, se sembraban tomates Reales y Negritos, que aunque tenían formas irregulares y de aspecto poco vistoso (para el mercado), poseían un sabor extraordinario.
Sabían que para que la planta no degenerara debían de coger los frutos de la primera flor en el tomate y los tronqueros (los de la cruz) en los pimientos y dentro de éstos escogían los que estaban en mejores condiciones, el resto no servía para simiente, degeneraba más rápido. También sabían que cambiando la tierra la degeneración era mínima; es decir, los agricultores de Almuñécar sembraban tomates y pimientos del interior (y viceversa) y luego les proporcionaban semillas a ellos dos o tres años más tarde, de esta manera se revitalizaba la variedad.
Cuando empezaron los semilleros a producir plantas híbridas, con su cepellón de tierra y raíces, comenzó también la desaparición de las especies autóctonas. Solamente teníamos que pedir la cantidad que deseábamos de planta y nos ahorrábamos ese meticuloso trabajo de secar los frutos, extraer las semillas, guardarlas y sembrarlas al año siguiente para, de nuevo, comenzar otro ciclo.
Ya quedan pocos agricultores que guarden de un año para otro semillas de las variedades locales, de las de toda la vida. Esa generación se nos está yendo y los que quedamos no tenemos tiempo para tales menesteres e hipotecamos la herencia de nuestros hijos.
Ahora es mucho más cómodo ir al semillero o a la tienda que los distribuye y comprar tomates resistentes a tal enfermedad o pimientos tolerantes con no se qué virus. Y, como no tienen bastante, nos imponen las variedades, se adapten éstas bien o no a nuestro terreno, porque yo veo las mismas en la Costa granadina, que en El Padul o que en Granada capital que está en el interior.
Estas nuevas variedades no están adaptadas a todas las zonas de cultivo (y yo pienso que vienen ya genéticamente preparadas para que se les tenga que aplicar tratamientos con fungicidas e insecticidas químicos) y la generalización de estas variedades estárndares por todas partes, está causando un grave perjuicio y un deterioro evidente en la agricultura local.
Yo ya he comenzado y, desde hace unos días, me he propuesto remover las despensas de los campesinos de Almuñécar y de otras zonas (ya he hecho más de una llamada de teléfono en tal sentido). Que busquen en los cajones y estantes las semillas de las plantas que habían guardado hace tiempo y que ya no las sembraban: de calabazas, de maíz, de chícharos, de habichuelas, de cebollas, por supuesto de tomates y pimientos, de picantes, de coles, de todo. Animarles a que vuelvan a echar semilleros y que conserven lo local, lo auténtico, haciéndoles ver que sus productos son mejores que lo que nos traen de fuera.
En España (como en otras muchas partes también podrían ser) tenemos una gran diversidad de climas y dentro de éstos poseemos multitud de localismos climáticos, que han permitido el desarrollo de muchas variedades de productos agrícolas adaptados a unas u otras zonas.
No podemos renunciar a esa riqueza que hemos ido acumulando a lo largo de tantas generaciones y echarlo todo por la borda buscando la comodidad y sucumbiendo ante el poder de las multinacionales que controlan las semillas. No hemos de caer en el engaño de que la agricultura tradicional está anticuada o que no es rentable. ¿Quién mira lo que cuesta un tomate recién cogido de la mata y criado por uno mismo? No tiene precio. Por tanto, nosotros no tenemos que centrarnos en la rentabilidad económica de un producto, de eso que se preocupen las grandes superficies que siembran para la exportación. Nosotros, en nuestras tierras, debemos buscar otras cosas que nos aporten más satisfacciones: esencias, aromas, sabores, aspectos que nos hagan sentirnos bien con lo que hacemos y que nos reporten, sobre todo, salud. Si lo que viene es para mejor hay que aceptarlo como positivo, pero si lo que persiguen va en contra de nuestra naturaleza y de nuestros principios, tenemos que oponernos, no tenemos que entrar todos por el embudo.
Hay que revelarse, que recuperar la agricultura local con los productos locales, los de siempre, los que han formado parte de nuestras vidas, porque nos estamos jugando mucho en ello.
Ya tengo semillas de una variedad local de pimientos que se cultivaban en esta zona. Me los ha proporcionado mi vecino Paco El Comeuvas. No se acordaba del nombre (en cuanto lo recuerde me lo dirá). Yo, al verlos, pensaba que eran picantes, gildas (como le llaman en La Rioja), pero me dijo que no, que eran unos pimientos finos, extraordinarios para freír y que al secarse se quedaban muy finos. Se ha quedado en el encargo de hablar con gente del pueblo y comentarle lo de las semillas.
Tengo también semillas de maíz rojo (de comer y rosetero) y amarillo, de calabazas del terreno y me van a buscar semillas de una variedad que eran muy largas y macizas, todo carne, sin hueco por dentro.
Por mi parte quiero lanzar desde esta plataforma, un llamamiento a todas aquellas personas, sean del lugar que sean, para que colaboren en la recuperación de las semillas antiguas para usarlas en cultivos a nivel local. Que llegue este mensaje a todos nuestros contactos.
Se me ha ocurrido que el vínculo de comunicación podría ser el correo del blog Diario de un Campesino, así que nos comunicamos a través del correo: cortijoalmunecar@gmail.com