Desde hace ya bastantes años el cultivo del tomate al aire libre se ha convertido en una empresa quimérica, por lo menos en nuestra comarca de la costa granadina.
No hace tantos años el tomate, junto con el pimiento y la berenjena, era el producto estrella de las huertas de verano. Debido a la temperatura que gozamos por estas tierras, sus cosechas se prolongaban desde marzo hasta noviembre. Había quien sembraba tomates tempranos y tardíos y podían cosechar frutos desde mayo hasta el mes de enero. Algunas variedades como los "tomates negritos", que son autóctonos, se sembraban en septiembre en las zonas más abrigadas y bien orientadas hacia el sur y en pleno invierno se consumían suponiendo uno de los placeres más exquisitos para los sentidos.
Pero sin que nadie se lo explicara empezaron los tomates a padecer virus y enfermedades que nunca antes habían tenido y aquellas tomateras de antaño no hemos vuelto a verlas y disfrutarlas.
Los agricultores decían (y siguen diciendo) que las plantas que venden los mismos semilleros venían ya contaminadas de esas enfermedades para que compremos también los productos que en teoría las curaban. Ante los continuos fracasos que íbamos teniendo año tras años, dejamos de cultivar tomates en algunas temporadas. Más tarde sacaron plantas tolerantes a determinados virus, pero la cosa seguía sin funcionar como antiguamente; es más, ni tolerantes ni sin tolerar al final todas las plantas se veían afectadas.
Más tarde, y como no teníamos bastante, vino la famosa "tuta" (más bien habría que decir la hija de tuta) que picaba los pocos frutos que medio se podían criar y pocos se salvaban de su picadura. Con tal panorama eran pocos los que se animaban a cultivar esta sabrosa solanácea que tantos placeres nos habían dado en el pasado.
Como los campesinos nunca nos damos por vencidos hemos seguido buscando la manera de obtener buenos frutos de tomate. El año pasado sembré los tomates muy tempranos (en febrero) y el resultado fue bastante bueno y esperanzador (foto de la derecha). Aunque tuve ataques de tuta y algunas plantas padecieron virosis, el resultado final fue muy satisfactorio, sobre todo, al compararlo con años anteriores.
Este año he renovado la ilusión por criar tomates usando exclusivamente variedades locales tradicionales. Por un lado pensé que resistirían mejor las enfermedades que acontecieran y, por otro, el experimentar con ellas para comprobar las que se adaptan mejor a nuestro terreno.
Y claro, no podía salir todo bien. En principio, la matas de tomates están sin apenas síntomas de padecer alguna enfermedad (al contrario, tienen mucha salud y un desarrollo extraordinario), pero el problema lo estoy teniendo con las flores.
Las flores comienzan a secarse por el nudillo y terminan cayéndose. Les está afectado a todas las variedades: abarquillaos, morados, corazón de toro, etc. En los últimos que sembré, que fueron los de pera, ya tienen su primera flor y no he observado todavía este fenómeno, pero en el resto de las variedades en todas.
Mañana lunes consultaré con el amigo Mateos que ha trabajado como técnico agrícola en Saliplan, el almacén de semillas más importante de nuestra zona. También contactaré con los vecinos del HOMO AGRÍCOLA, del Campo de Dalías, que sigo su blog y están llevando a cabo una impagable labor con todos los agricultores.
Las perspectivas de mejorar son pesimistas, ya que algunas plantas están por la cuarta flor y no han cuajado ningún fruto. Otras sí que han podido sacar adelante alguno, pero muy pocos.